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EDICION ESPECIAL DE Ñ
Tema insoslayable en la historia argentina, el exilio ha sido una constante sin la cual no se podría explicar a la cultura local. Este informe analiza los diferentes rostros y matices del destierro. La expatriación en la política y en la cultura. Los que se fueron y los que se quedaron durante la dictadura. Las polémicas. Los exilios no forzados. Los testimonios de intelectuales y artistas.
Por: Jorge Fondebrider
Hay un viejo chiste de Eugenio –una suerte de Landriscina catalán–, que dice que España es una suma de autonomías apenas vinculadas por la cadena de tiendas El Corte Inglés. Así, con ironía, el cómico explicaba las particulares circunstancias políticas de su país. Parafraseándolo, podría decirse que la historia argentina se estructura como una serie de golpes de Estado y crisis económicas, a los que solamente interrumpen períodos de relativa calma democrática.En otros términos, nuestra historia no es lineal, no transcurre puntualmente de una época a otra y, de hecho, a diferencia de lo que ocurre en otras naciones civilizadas, cada gobierno suele deshacer lo que, con enorme dificultad, construyó el gobierno anterior.Una de las consecuencias más desafortunadas de todos esos remezones –presentes desde que el país empezó a existir como tal–, se puede traducir en una constante histórica: el exilio y la expatriación de nuestros compatriotas.Sin el ánimo de ser exhaustivo, ya se trate de los perseguidos por la Confederación, de Rosas exiliado en Inglaterra y de los rosistas caídos en desgracia luego de Caseros, de los expulsados por la crisis de 1930, de los opositores durante la primera presidencia de Perón, del mismo Perón –diecisiete años exiliado en España–, de los peronistas durante los gobiernos de Lonardi y Aramburu, de quienes no simpatizaron con los gobiernos militares de Onganía, Livingston y Lanusse, de aquellos que padecieron la persecución de la Triple A durante el gobierno de Isabelita, de las miles de víctimas de la última dictadura, de quienes sufrieron las deficiencias de las políticas económicas de Alfonsín y de Menem, de quienes apenas sobrevivieron a la gran crisis de 2001, el éxodo ha sido incesante.Obligados en muchos casos, voluntariamente decididos en otros, miembros de todas las clases sociales y representantes de todas las profesiones y de los más diversos oficios, alguna vez han debido optar entre irse o quedarse, como si se ese dilema fuera una fatalidad argentina, una condena que muchos deben cumplir por el simple hecho de no haber logrado someterse a una única idea de nación. Y si bien el problema nos afecta a todos, resulta significativo que, estadísticamente hablando –y a diferencia de lo ocurrido en muchos otros países–, la disyuntiva haya sido permanente entre intelectuales, artistas y científicos. Así, un término como "fuga de cerebros" –frecuentemente empleado para nombrar el éxodo del país de profesionales calificados– no nos resulta extraño. Tampoco nos asombra enterarnos de que tales o cuales artistas argentinos se destacan en el exterior, donde gozan del respeto y de las posibilidades que el país les negó. Ya se trate de la mayor y más cruenta dictadura cívico-militar –como la que gobernó entre 1976 y 1983–, o de un simple reemplazo de gestión –como el recientemente ocurrido en el Teatro Colón, que relegó innecesariamente a muchos artistas que hacían las cosas bien cambiándol
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